Hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana existió un matrimonio humilde como muchos. Fue una época de escasez y los más pobres como siempre padecían las consecuencias como los que más. El hombre trabajaba la madera en el pueblo donde vivían pero el negocio no iba bien, y la gente con el tiempo dejó de ir a su taller para poder dedicar los pocos recursos que tenían para que los suyos pudieran sobrevivir a la espera de tiempos más favorables.
Fue en estos años, y después de muchos intentos para poder formar una familia como era su deseo y marcaba la tradición, que el matrimonio tuvo la buena nueva del esperado nacimiento de su hijo primogénito. Un halo de amor y alegría envolvía la pareja aún por los tiempos que corrían. Pero los padres eran conscientes que si la situación no mejoraba no podrían saber si su hijo podría vivir una larga vida.
La situación se hizo desesperada mientras que el vientre de la madre aumentaba cada día que pasaba. Ante este hecho, el hombre decidió que lo mejor sería viajar hacía su pueblo natal donde recibiría ayuda de sus familiares hasta que pudieran valerse por sí solos.
Muchos amigos y vecinos del pueblo al conocer la noticia le advirtieron que en el estado avanzado de embarazo que tenía la madre era muy arriesgado partir a un viaje de días en los cuales tendrían que cruzar un extenso y desolado desierto. Pero el hombre prefirió intentarlo porque una vez hubiera nacido, el viaje ya no sería posible por el bien de su hijo.
Después de tristes despedidas y buenos deseos por parte del pueblo donde habían estado viviendo años, el hombre montó a la mujer en la única mula que tenían con las escasas provisiones que pudieron cargar en un animal tan débil. Salieron del pueblo orando a Jehováh, para que les protegiera de los infortunios...
Durante los primeros días de viaje no hubieron contratiempos y el matrimonio veía que su propia salvación y la de su hijo estaban cerca a cada paso que daban. Pero aún no habían alcanzado el linde del desierto y la preocupación de los dos también les hizo compañía. El hombre sabía bien que cruzar el desierto les llevaría dos o tres días como poco y esa parte del camino sería la más difícil. Pero el ánimo no decayó y siguieron adelante.
Llegaron al desierto antes de que el sol hiciera acto de presencia y entraron sin dudarlo. No hubieron palabras entre los dos durante la travesía. Solo se oía el remover de la arena al paso del hombre y el de la mula detrás. Paraban, bebían y comían poco y vuelta a empezar, mientras las estrellas y la luna desaparecían en el firmamento...
El sol ya estaba en lo más alto del cielo y el calor era insoportable. Tuvieron que beber más de lo que querían para poder continuar y el agua se fue agotando a marchas forzadas. La mula mostraba signos de agotamiento y con cada paso que daba la poca fuerza con la que comenzó el viaje se desvaneció entre las dunas.
Pararon y la mujer bajó de la mula con la ayuda del hombre. Justo después de sentirse liberada del peso de la mujer la mula se sentó para no levantarse más. Le costaba respirar y ellos no pudieron darle más agua porque quedaba muy poca.
Mientras el hombre recogía los bártulos del lomo del animal, las lágrimas caían por sus mejillas. Sin mirar a su esposa dijo:
- Lo siento Miryam. Creía que este viaje sería nuestra salvación pero me equivoqué. Te he llevado a ti y a nuestro hijo a una muerte segura...
La mujer le puso la mano en la cara y sintiendo su desesperación, le besó y dijo:
- Mírame Yosefyah. Jehováh está con nosotros. Él guía nuestros pasos y nos protege. Llegaremos a tu pueblo y nuestro hijo nacerá en un lugar mejor.
Con estas sabias palabras Yosefyah dejó de llorar. Cogió todo aquello que su cuerpo podía cargar y siguieron el camino.
El sol se ocultaba y la pareja cada vez iba más lenta. Se acercaban poco a poco a un cúmulo de rocas que Yosefyah conocía muy bien. En aquel lugar podrían resguardarse del intenso frío del desierto que la noche traía consigo.
El hombre preparó un fuego mientras la mujer descansaba. Había muy poca comida y se dio cuenta que las provisiones que les quedaban no serían suficientes para poder salir del inhóspito paraje sin sufrir las penurias del hambre. En aquel momento decidió que la poca comida que quedaba sería para alimentar a su mujer y a su hijo. Y mientras esto ocurría no paraba de repetir en pensamientos lo que Myriam le había dicho:
- Jehováh está con nosotros.
Una vez acabaron la cena dando gracias a Jehováh, Yosefyah se levantó y salió al exterior. La luz de las estrellas bañaba la arena con un color azulado que impresionaba. Yosefyah se arrodilló, cogió arena entre sus manos y levantándolas hacia el cielo rezó y sintió lo que la sabiduría del desierto tenía que decirle. Una estrella fugaz de intensa luz brillante recorrió el cielo de parte a parte pero Yosefyah no se dio cuenta sumido en sus oraciones.
Se oyeron gritos de Myriam desde el cúmulo de rocas...
- Yosefyah! Yosefyah!
Yosefyah se levantó tan rápidamente como pudo, corrió para ver que le sucedía a su esposa y cayó dos veces tropezando entre la arena...
- Yosefyah! Yosefyah!
Cuando llegó vio que Myriam sudaba y estaba muy tensa. Le dijo entre gritos de dolor...
- Me parece que nuestro hijo ha elegido nacer aquí mismo!
El hombre nervioso intentó como bien pudo seguir los mismos pasos que le habían enseñado las mujeres del pueblo antes de su partida. Y después de un tiempo que le pareció eterno se oyeron unos inocentes lloros que surgieron de las rocas para desaparecer entre las dunas.
Madre y padre lloraron juntos de alegría ante el nacimiento de su primer hijo y se abrazaron teniendo a su pequeño entre los dos. Fue en ese momento cuando Myriam habló...
- Jehováh ha sido generoso con nosotros. Nuestro hijo se llamará Joshua en agradecimiento.
Secándose las lágrimas con la manga Josefyah dijo:
- Bienvenido Joshua, hijo mío.
Joshua miró fijamente a su padre, le cogió del dedo y sonrió. Madre y padre sonrieron con el niño. Aún estando perdidos en medio del desierto debajo de unas rocas gigantes que les cubrían, con poca comida y menos posibilidades de salir de allí con vida, no hubo miedo. No hubo desdicha. Solo amor y sonrisas. Y fue así que estirados y con una fina manta que les cubría, los tres se quedaron dormidos...
Al día siguiente unos ruidos en la lejanía les despertaron. Josefyah se levantó con cuidado para no despertar a su hijo y salió para saber cual era el origen.
No podía creer lo que sus ojos veían. A lo lejos aunque la polvareda la ocultaba, se veía una caravana que se acercaba al lugar donde ellos se encontraban.
Josefyah levantó los brazos hacia el cielo y gritó todo lo que pudo para que le vieran. Al acercarse confirmó que era una caravana donde unos mercaderes de tierras lejanas estaban haciendo ruta y se dirigían justamente a su pueblo natal...
Fue con la ayuda de estos buenos mercaderes que Josefyah, Myriam y Joshua llegaron a su nuevo hogar...
Lo que pasó a partir de ese momento es otra historia...
Fue en estos años, y después de muchos intentos para poder formar una familia como era su deseo y marcaba la tradición, que el matrimonio tuvo la buena nueva del esperado nacimiento de su hijo primogénito. Un halo de amor y alegría envolvía la pareja aún por los tiempos que corrían. Pero los padres eran conscientes que si la situación no mejoraba no podrían saber si su hijo podría vivir una larga vida.
La situación se hizo desesperada mientras que el vientre de la madre aumentaba cada día que pasaba. Ante este hecho, el hombre decidió que lo mejor sería viajar hacía su pueblo natal donde recibiría ayuda de sus familiares hasta que pudieran valerse por sí solos.
Muchos amigos y vecinos del pueblo al conocer la noticia le advirtieron que en el estado avanzado de embarazo que tenía la madre era muy arriesgado partir a un viaje de días en los cuales tendrían que cruzar un extenso y desolado desierto. Pero el hombre prefirió intentarlo porque una vez hubiera nacido, el viaje ya no sería posible por el bien de su hijo.
Después de tristes despedidas y buenos deseos por parte del pueblo donde habían estado viviendo años, el hombre montó a la mujer en la única mula que tenían con las escasas provisiones que pudieron cargar en un animal tan débil. Salieron del pueblo orando a Jehováh, para que les protegiera de los infortunios...
Durante los primeros días de viaje no hubieron contratiempos y el matrimonio veía que su propia salvación y la de su hijo estaban cerca a cada paso que daban. Pero aún no habían alcanzado el linde del desierto y la preocupación de los dos también les hizo compañía. El hombre sabía bien que cruzar el desierto les llevaría dos o tres días como poco y esa parte del camino sería la más difícil. Pero el ánimo no decayó y siguieron adelante.
Llegaron al desierto antes de que el sol hiciera acto de presencia y entraron sin dudarlo. No hubieron palabras entre los dos durante la travesía. Solo se oía el remover de la arena al paso del hombre y el de la mula detrás. Paraban, bebían y comían poco y vuelta a empezar, mientras las estrellas y la luna desaparecían en el firmamento...
El sol ya estaba en lo más alto del cielo y el calor era insoportable. Tuvieron que beber más de lo que querían para poder continuar y el agua se fue agotando a marchas forzadas. La mula mostraba signos de agotamiento y con cada paso que daba la poca fuerza con la que comenzó el viaje se desvaneció entre las dunas.
Pararon y la mujer bajó de la mula con la ayuda del hombre. Justo después de sentirse liberada del peso de la mujer la mula se sentó para no levantarse más. Le costaba respirar y ellos no pudieron darle más agua porque quedaba muy poca.
Mientras el hombre recogía los bártulos del lomo del animal, las lágrimas caían por sus mejillas. Sin mirar a su esposa dijo:
- Lo siento Miryam. Creía que este viaje sería nuestra salvación pero me equivoqué. Te he llevado a ti y a nuestro hijo a una muerte segura...
La mujer le puso la mano en la cara y sintiendo su desesperación, le besó y dijo:
- Mírame Yosefyah. Jehováh está con nosotros. Él guía nuestros pasos y nos protege. Llegaremos a tu pueblo y nuestro hijo nacerá en un lugar mejor.
Con estas sabias palabras Yosefyah dejó de llorar. Cogió todo aquello que su cuerpo podía cargar y siguieron el camino.
El sol se ocultaba y la pareja cada vez iba más lenta. Se acercaban poco a poco a un cúmulo de rocas que Yosefyah conocía muy bien. En aquel lugar podrían resguardarse del intenso frío del desierto que la noche traía consigo.
El hombre preparó un fuego mientras la mujer descansaba. Había muy poca comida y se dio cuenta que las provisiones que les quedaban no serían suficientes para poder salir del inhóspito paraje sin sufrir las penurias del hambre. En aquel momento decidió que la poca comida que quedaba sería para alimentar a su mujer y a su hijo. Y mientras esto ocurría no paraba de repetir en pensamientos lo que Myriam le había dicho:
- Jehováh está con nosotros.
Una vez acabaron la cena dando gracias a Jehováh, Yosefyah se levantó y salió al exterior. La luz de las estrellas bañaba la arena con un color azulado que impresionaba. Yosefyah se arrodilló, cogió arena entre sus manos y levantándolas hacia el cielo rezó y sintió lo que la sabiduría del desierto tenía que decirle. Una estrella fugaz de intensa luz brillante recorrió el cielo de parte a parte pero Yosefyah no se dio cuenta sumido en sus oraciones.
Se oyeron gritos de Myriam desde el cúmulo de rocas...
- Yosefyah! Yosefyah!
Yosefyah se levantó tan rápidamente como pudo, corrió para ver que le sucedía a su esposa y cayó dos veces tropezando entre la arena...
- Yosefyah! Yosefyah!
Cuando llegó vio que Myriam sudaba y estaba muy tensa. Le dijo entre gritos de dolor...
- Me parece que nuestro hijo ha elegido nacer aquí mismo!
El hombre nervioso intentó como bien pudo seguir los mismos pasos que le habían enseñado las mujeres del pueblo antes de su partida. Y después de un tiempo que le pareció eterno se oyeron unos inocentes lloros que surgieron de las rocas para desaparecer entre las dunas.
Madre y padre lloraron juntos de alegría ante el nacimiento de su primer hijo y se abrazaron teniendo a su pequeño entre los dos. Fue en ese momento cuando Myriam habló...
- Jehováh ha sido generoso con nosotros. Nuestro hijo se llamará Joshua en agradecimiento.
Secándose las lágrimas con la manga Josefyah dijo:
- Bienvenido Joshua, hijo mío.
Joshua miró fijamente a su padre, le cogió del dedo y sonrió. Madre y padre sonrieron con el niño. Aún estando perdidos en medio del desierto debajo de unas rocas gigantes que les cubrían, con poca comida y menos posibilidades de salir de allí con vida, no hubo miedo. No hubo desdicha. Solo amor y sonrisas. Y fue así que estirados y con una fina manta que les cubría, los tres se quedaron dormidos...
Al día siguiente unos ruidos en la lejanía les despertaron. Josefyah se levantó con cuidado para no despertar a su hijo y salió para saber cual era el origen.
No podía creer lo que sus ojos veían. A lo lejos aunque la polvareda la ocultaba, se veía una caravana que se acercaba al lugar donde ellos se encontraban.
Josefyah levantó los brazos hacia el cielo y gritó todo lo que pudo para que le vieran. Al acercarse confirmó que era una caravana donde unos mercaderes de tierras lejanas estaban haciendo ruta y se dirigían justamente a su pueblo natal...
Fue con la ayuda de estos buenos mercaderes que Josefyah, Myriam y Joshua llegaron a su nuevo hogar...
Lo que pasó a partir de ese momento es otra historia...
La fe mueve montañas... Nunca mejor dicho! Gracias por compartirla.
ResponderEliminarHola señor,Joshua elegio nacer en Belen la ciudad mas pobre. Porque el luego enseñaria a todos/as el amor y las enseñanzas de la vida. ;)
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